martes, 17 de mayo de 2011

QUE DICE LA ONU A NIVEL MUNDIAL


18 de enero, 2008  El número de personas afectadas por desastres naturales continúa aumentando en todo el mundo, según un informe dado a conocer hoy por la Estrategia de la ONU para la Reducción de Desastres (ISDR).
En 2007, de los casi 200 millones de damnificados por desastres, más de 160 millones lo fueron por inundaciones, el fenómeno que más afectó a las personas alrededor del mundo.

La ISDR destacó que fueron nuevamente los países pobres los que sufrieron el mayor impacto de las catástrofes: ocho de las diez naciones más afectados se encuentran en Asia. Encabezan la lista Bangladesh, India, Corea del Norte y China.

Sin embargo, el promedio de muertes se redujo el año pasado debido principalmente a que no se produjo ningún megafenómeno. En 2007, fallecieron más de 16.000 personas en comparación con un promedio de casi 74.000 entre los años 2000 y 2006.

La directora adjunta de la ISDR, Elena Molina Valdés, indicó que el terremoto en Perú y los huracanes causaron numerosas inundaciones sobretodo en la Cuenca del Caribe, incluyendo México y Centroamérica.

La funcionaria llamó la atención sobre las cifras de muertos en América Latina, que aumentaron más del triple en comparación con los últimos siete años.
Sobre damnificados y desastres naturales



Nunca se sabe a ciencia cierta cuándo nos tocará el turno en la lista de los damnificados. Uno piensa que es algo lejano, que a cualquiera le puede ocurrir «menos a mí». Pero cuando menos lo piensa... ¡Zas! Sucede. Y de espectador se convierte en repentino y atribulado protagonista cuyo pensamiento se aferra a la esperanza obsesiva de una mano amiga que tarda una eternidad en llegar. Y al día siguiente, todo como si nada. O porque ya pasó a mejor vida o porque ya se le olvidó la frágil tierra que pisamos los nicaragüenses. Siempre expuestos al terremoto, al huracán, al maremoto, a la erupción volcánica, al deslizamiento de tierra, a la sequía o a la inundación que en minutos o segundos pone la diferencia entre la tranquilidad y la seguridad o la zozobra y la angustia.
En la década que recién finalizamos, cuentan en nuestro haber el maremoto de 1991, las erupciones de El Cerro Negro en 1992, 1995 y 1999, la incidencia de las tormentas tropicales Gert y Bret (1993), Gordon (1994), el huracán César (1996) y por supuesto, la devastadora incidencia del huracán Mitch. En la reciente publicación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID, Marzo del 2000) Facing the Challenge of Natural Disasters in Latin America and the Caribbean, entre la docena de países afectados por los peores desastres naturales acaecidos en América Latina y El Caribe en el período 1972-1999, figura Nicaragua. El documento recuerda que sólo el terremoto de 1972, cobró seis mil víctimas fatales y representó un impacto a la economía nacional por el orden de los dos mil 968 millones de dólares.
El mismo documento revela que en el período comprendido entre 1900 y 1998, en esta región del planeta han ocurrido 1,243 desastres naturales, lo que ha representado 431 mil 856 víctimas fatales y pérdidas por un monto de 24.2 millardos de dólares. El 34 por ciento de estos desastres han sido provocados por las inundaciones; el 25 por ciento están asociados a tormentas y huracanes; el 18 por ciento a terremotos, el nueve por ciento a deslizamientos de tierra; el cuatro por ciento a erupciones volcánicas, el dos por ciento a incendios forestales y el restante tres por ciento a otras causas.
En la presentación del documento, el Presidente del BID, Enrique Iglesias, al referirse a las necesidades y medidas a poner en práctica en relación con los desastres naturales, pone énfasis en el lugar prioritario que debe asignársele a la prevención y mitigación de los desastres naturales. Algo sobre lo cual en años anteriores ha venido insistiendo el Director General de INETER, ingeniero Claudio Gutiérrez Huete, al referirse a la necesidad de que debe privar un enfoque proactivo al ocuparse de los desastres naturales en Nicaragua, concepto que ahora es retomado por el Banco.
Ahora que el invierno ha comenzado, han renacido no sólo las esperanzas de los agricultores, sino los temores de quienes viven en zonas de riesgo, la zozobra de la población vulnerable que durante el verano se abstrajo de su realidad, pero que ahora despierta de nuevo a la pesadilla recurrente de que con cada lluvia fuerte puede ocurrirle lo mismo que a las miles de víctimas que perecieron en el deslave del Casita.
Los tres millones de metros cúbicos de material piroclástico acumulado en las faldas del volcán San Cristóbal, ya han comenzado a desplazarse por los viejos y por los nacientes lahares que amenazan con tragarse a las comunidades que encuentren a su paso. Con las primeras y efímeras lluvias ya se han producido las primeras decenas de desplazados. En no mejor situación se encuentran quienes retornaron a las frágiles tierras del Casita y quienes viven en los erosionados cerros del norte del país. Aparte del monitoreo, de la investigación científica, ¿qué se ha hecho para prevenir y mitigar los efectos del próximo y seguro fenómeno natural de gran potencial destructivo?
De poco o nada sirve reparar carreteras y caminos, o reconstruir puentes, cuando los proyectos de infraestructura, los proyectos sociales y de desarrollo económico no toman en cuenta los altos riesgos del territorio y la vulnerabilidad de la población (la próxima inundación los volverá a destruir). De poco o nada sirve recurrir a la ayuda internacional cuando las propias estrategias nacionales del Gobierno, son echadas en el cesto de la basura por los mismos gobernantes.
¿Dónde está si no la famosa Estrategia para la Conservación y el Desarrollo de Nicaragua (ECODESNIC) formulada durante el Gobierno de Doña Violeta? ¿Dónde están incorporados en los planes de desarrollo del país los estudios de ordenamiento territorial que a lo largo de varios años ha venido realizando el INETER por mandato de diversas leyes, como es la Ley General del Medio Ambiente y los Recursos Naturales? ¿Dónde está el componente ambiental en los famosos documentos de Estocolmo, cuál es su peso relativo en la ayuda internacional solicitada?
Recientemente (8 de marzo del 2000) la Asamblea Nacional aprobó la «Ley Creadora del Sistema Nacional para la Prevención, Mitigación y Atención de Desastres». Sin embargo, el espíritu de esta nueva ley no parece ser el mismo que priva en el BID o en las propias instancias de Gobierno que sí han venido trabajando directamente en el tema de los desastres naturales. La nueva Ley (cuyo contenido merece un comentario y un análisis aparte) pareciera formulada más para rescatar víctimas y socorrer damnificados, que para prevenir y mitigar los desastres. Es más, está hecha a la medida justa para que sea el Ejecutivo quien decida todo sobre el tema, porque en última instancia —por mandato de Ley— siempre la Ley se remite al reglamento que habrá de emitir en un plazo de 60 días el Señor Presidente.
Como botón de muestra, de acuerdo a la Ley, cuando haya que emitir una alerta sobre un eventual desastre, como puede ser un maremoto —en cuyo caso el tiempo desde que se registra el sismo y la hora de impacto del tren de olas del tsunami no excede el tiempo máximo de 35 minutos—, no será el INETER, que está monitoreando las 24 horas, el que dé la señal de alarma. INETER deberá informar al Sistema Nacional, representado por el Comité Nacional del Sistema Nacional y que tiene como instancia ejecutiva a la Secretaría Ejecutiva del Sistema Nacional, para que su coordinador emita la voz de alarma, seguramente a la hora en que el tsunami esté golpeando las poblaciones costeras.
Después del terremoto de 1971, el pasado martes (16 de mayo) por la noche, nuevamente me sentí damnificado. En la acostumbrada calle de mi vecindario, repentinamente las aguas llegaron hasta el tablero de mi auto y por más de una hora quedé a merced de las fuerzas de la naturaleza. Por suerte el chubasco no se prolongó más tiempo si no, a lo mejor, el Sistema Nacional de Prevención, Mitigación y Atención de Desastres, todavía a esta hora estaría haciendo las diligencias pertinentes para tratar de rescatarme de las non gratas costas del lago de Managua. Gracias a mis vecinas —así, vecinas—de Linda Vista, entre las que figura una decidida anciana, pude salir ileso. Seguramente, con el solo hecho de que las alcantarillas hubiesen sido limpiadas a tiempo (enfoque proactivo), las calles y las casas de mis samaritanas vecinas no se hubieran inundado y no tendrían que andar limpiándolas ahora (enfoque reactivo). Pero una cosa es la que se dice y otra la que se hace. Y mientras tanto, todos estamos expuestos a convertirnos en los repentinos e inesperados damnificados del día. Sólo esperemos que nos rescaten a tiempo, con o sin Secretaría, Comité o Sistema Nacional de Prevención, Mitigación y Atención de Desastres.

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